Llevo unos días dándole vueltas al contenido de la entrada que resuma el Maratón de Madrid, es difícil decidir el tono que acompañe a lo que hicimos el pasado domingo. Lo que hicimos 8.583 locos fue recorrer los cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros, que separan la salida de la meta, la ilusión de la realidad, la duda de la certeza... Sí, me incluyo entre ellos, yo también terminé el Maratón de Madrid 2011, sigo con un balance positivo, ya vamos cuatro a dos. Pero no las tenía todas conmigo, mis sensaciones las horas previas no eran nada halagüeñas...
Ya escribí el sábado que formaba parte de la Compañía del Nunca, acompañábamos a Sonia y Saturnino, hija y padre, en el primer maratón de ella. Al mismo tiempo estrenábamos las nuevas camisetas del Nunca, aquí estamos en los momentos previos a la salida, foto que tomo prestada del Blog del Nunca, que es a su vez cortesía de Jaime:
Sigo sin saber bien el tono de la entrada cuando "M" me envía su visión del domingo pasado, para ella también era su primer Maratón, el primero que seguía a pie de carrera, circuito de metro y aceras, aplausos y vítores... Pero mejor os dejo con su crónica, con todos vosotros "M":
"He quedado en el metro de Príncipe Pío, para animar y ver pasar a los componentes del "Nunca Correrás Solo". En realidad no sé muy bien a lo que voy, ni lo que me voy a encontrar, es como para otros muchos mi primer maratón. Salgo al exterior y mi sorpresa es mayúscula: la calle, la plaza está llena de gente; jóvenes, niños de la mano de sus padres, abuelos, abuelas, menos jóvenes,... miles de personas gritando por encima de la música ¡venga, vamos, estáis en la mitad! y desde la distancia se palpa la emoción y el sufrimiento. Y aún no sé muy bien de que va esto. Espero cerca de la salida del metro a Beatriz. Miro en derredor, gente que corre en mitad de la calle, ambulancias, policía, protección civil. Oigo aplausos, una música muy alta de ritmo frenético que invita al movimiento. También veo corredores, "runners" que dicen ellos, fuera del circuito, caras de desolación, frustración, a veces alivio, cansancio, familiares o amigos abrazándolos... algo se me escapa y aún no sé que es.
Al fin llega Beatriz y nos acercamos. Buscamos un sitio para colocarnos en primera fila, nos ponemos en una zona de curva y la visión de montones de corredores que vienen hacia nosotras me aturulla. Con buen criterio, Beatriz busca otro sitio en una recta "sino no les vamos a ver venir", soy un pollito amarillo en un gallinero, una oveja en un rebaño ¿qué sentido tiene esto?... Veo el esfuerzo en las caras de los participantes, oigo el clamor de una calle de Madrid vacía de tráfico y llena de gente plena de energía vitoreando. Miro a Beatriz, su sonrisa, sus palmas, ¡Venga, vamos! ¡Bien, muy bien!... Me siento ajena a todo. Soy un simple espectador, un mirón de escaparate,... hasta que os veo llegar. Y mi gesto cambia. Ya no miro a gente a la que no conozco, que me son ajenos, eres tú y el resto del grupo, tus compañeros; veo tu dolor, tu esfuerzo, tus ganas de rendirte, y miro al resto del grupo, los mismos gestos y aún así todos sonreís. Y cuando os alejáis, en segundos, estoy perpleja, boquiabierta.
Al coger el metro para ir a vuestro segundo encuentro, Lago, éste está lleno de gente que va al mismo sitio que nosotras, el ambiente es muy, muy festivo. Al salir, la música de una charanga nos da de bruces. El gesto de los corredores ha cambiado notablemente, hay un gesto más duro. Al pasar Sonia, Satur y Ángel, traen un gesto que me desconcierta: ríen. No sé, llevan corriendo 35 kilómetros y ríen ¿eh?. Todo el mundo a mi alrededor jalea, y algunos runners incluso piden a los que estamos mirando que gritemos más y aplaudamos. Imito a Beatriz más por inercia que por otra cosa. Huele bien entre los árboles y hace una brisa fresca que me encanta. Puedo cerrar los ojos y abstraerme de todo, y sólo oír a los corredores, su respiración, el sonido de sus pasos. Seguimos esperando a Abe, que parece no va a llegar nunca... y temo lo peor, que el dolor de tu pierna no te deje avanzar y el Mapoma te gane de nuevo. Al fin apareces, cansado, dolorido, pero no te paras, Beatriz corre a tu lado y yo, paralizada, no sé que hacer... Volvemos a coger el metro, charlamos, la sigo como una autómata, vamos a Retiro, final de la carrera.
El ambiente es diferente al de las anteriores paradas que hemos hecho. No encuentro los adjetivos apropiados para describirlo. El público anima más que nunca, y sin embargo se palpa la expectación. Empiezo a comprender. Y una emoción nueva me sube desde el estómago, aplaudo porque me sale de dentro, grito, no quiero que ninguno de los que van llegando se rinda ahora. Ahora entiendo, vivo, siento, que los que estamos de público somo el aliento, el pálpito, el último empujón de estos corredores. Los niños salen al encuentro de sus padres, que les cogen de la mano para entrar en meta con ellos. El esfuerzo bien marcado en todos los gestos, deja ver sin embargo, la mirada desafiante de la victoria. Han vencido a sus entrenamientos, a los nervios de una noche sin dormir, al cansancio del insomnio, al dolor, a ese demonio que durante metros, kilómetros, les decía que parasen. Han ganado la batalla al dolor, al sufrimiento, a la soledad de los pasos sin un compañero...Y lo han conseguido y yo con ellos, contigo, con vosotros, e incluso con aquellos que no terminaron el maratón, y la derrota del amor propio les intente pasar factura.
Sé más: es un "modus vivendi", tanto para el que corre, como para los que tenemos la suerte de vernos implicados emocionalmente con ellos. Un reto a la vida, un pulso al esfuerzo, una zancadilla al dolor, una cascada de emociones. Compañerismo, amistad, lealtad, valor, ilusión, constancia, perseverancia, amor propio, capacidad de frustración y honestidad son algunos de los pilares que hacen que nadie se de por vencido, llegando a meta o no, y nunca, nunca dejen de correr..., y nunca solos."
"M" es Tábita.
En general soy un tipo afortunado, nunca he estado solo enfrentándome a un Maratón, siempre ha corrido con amigos, siempre he tenido amigos a los lados de la calle para animarme, incluso Beatriz en 2009 en Bilbao me acompañó los últimos cinco kilómetros andando cuando ya no podía más, soy un tipo afortunado, en esta ocasión a los incondicionales de siempre en las calles se unió Tábita y para mí su presencia era muy importante, gracias por estar allí. Y no quiero escribir más, las palabras de "M" son sin duda las protagonistas de mi octavo maratón completado y su mejor resumen.
Un saludo.