jueves, 15 de diciembre de 2011

Una tarde de billar da para mucho

Aquellas manos morenas de dedos largos y uñas blancas sujetaban el taco, en tensión continua para dar a la bola blanca con el efecto y la velocidad que había calculado. No erraba tiro. Y volvía, con su porte altivo y serio a rodear la mesa de billar, pausadamente, fijando la vista en todo y en nada. Sabía perfectamente cuál era la siguiente jugada, yo también. Ni una mueca de aprobación o desprecio asomaba a su gesto, nadie sabía si la disposición de las bolas le gustaba o no, si veía una jugada clara o solo intuía la oportunidad de intentarlo para ver que salía. Disfrutaba con su juego. Aquella actitud infundía respeto al contrario. Cuando era joven le pasaban desapercibidos los comentarios en voz baja de sus contrincantes, ahora lo sabía, y paladeaba esos momentos de gloria astuta, de viejo zorro perseguido por galgos jóvenes. Sus ojos miraban las bolas, luego las bandas. No movía la cabeza y su mirada tampoco seguía el curso de la jugada que iba a hacer sino el recorrido inverso. Y confundía, vaya si confundía. Nunca su taco rozó el tapete, ni una bola salió volando, cuando ganaba (que era "casi siempre") tomaba un sorbo de su DYC con hielo y estrechaba la mano de su adversario, palmoteaba su espalda y se reía a carcajadas, que en general era la misma reacción que cuando perdía. Cuando yo le vi por primera vez jugar a billar no tenía edad suficiente para entender los recodos de ese juego, ni ese, ni el mus. Cálculos matemáticos, precisión aritmética, dosis de paciencia, temple y armonía. Ahora soy yo la que juego. Veo la jugada correcta para que la bola entre pero no calculo ni la velocidad ni el efecto, ni sé manejar las bandas. Clemente no está en esta partida. No puedo por menos que sonreír y comentar que soy capaz de ver las manos de mi padre jugando al billar. Y para mí queda ese recuerdo, que debía andar vagando en mi cabeza desde hace años y que el sábado, para mi sorpresa tomó cuerpo. Y se esfumó a la misma velocidad que llegó, y entonces reí muy adentro, cómo sólo se ríe con el corazón en silencio. Suena extraño, lo sé, y aunque sólo los que tenemos, añoramos y queremos a nuestros muertos lo entendemos, él estaba allí, compartiendo y disfrutando ese momento y mi felicidad. Gracias papá y gracias a los que estaban conmigo.

3 comentarios:

SONIA dijo...

Hacía mucho que no leía un recuerdo especial tan bien escrito. Evocas a la perfección esa imagen grabada en tu retina, todos hemos podido ver a tu padre jugando al billar tan solo con leer tu relato. Esos recuerdos, esas personas que ya no están son siempre tan poderosos... Gracias por compartirlo con nosotros!

Un beso!

superop dijo...

Me has dejado impresionado, sin palabras para responder. Incluso, un poco emocionado.
Solamente te puedo decir que gracias a ti. Gracias por permitirme ser uno de los ajenos convidados de piedra que pudieron hacer, sin sospecharlo siquiera, que vivieras esa situación tan especial.
Te lo mereces. La felicidad hay que merecerla. Así se disfruta en toda su plenitud.

UN BESO...

Saturnino dijo...

Felicidades por esos bonitos y tiernos recuerdos.
Bonita entrada.
Un beso.

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