No tenía muy claro cómo empezar esta crónica, ni siquiera ahora mismo, delante del teclado sé cómo lo voy a hacer. He estado posponiendo este momento, no tenía muchas ganas de revivir mi experiencia del domingo y menos ahora que ya están desapareciendo las secuelas (afortunadamente simples agujetas) de mi esfuerzo.
Supongo que todo empezó allá por el mes de enero cuando se abrió el plazo de inscripción a la carrera. Siempre tuve claro que no correría la media maratón de Getafe porque no había entrenado apenas desde antes del verano pasado, pero no fui capaz de decir que no a León: una ciudad que me encanta, con la posibilidad de ver a mi familia y de correr con un montón de amigos con los que no es tan fácil coincidir. ¿Cómo resistirse? Mi mente lo tenía claro, si me apuntaba seguro que encontraría la motivación perdida y sería capaz de llegar a la cita con unas condiciones físicas mínimas para poder terminar. Pero la realidad fue bien distinta y, por motivos que no vale le pena analizar aquí, apenas salí a rodar y salvo algunas sesiones de elíptica mi preparación para la carrera fue nula.
Y llegó el gran día y sin pensármelo (si hubiera pensado, no hubiera hecho lo que hice) me planté en la línea de salida. Mis pretensiones eran muy simples, intentaría terminar pero no tendría ningún problema en abandonar si empezaba el sufrimiento. Y esto, que así visto resulta tan fácil y tan lógico me resultó imposible llevarlo a cabo. El principio de la carrera me costó una barbaridad, los kilómetros se me hacían eternos y eso que no llevaba mal ritmo para mi estado (unos 6’ 15”/km). De repente en el kilómetro 4 me alcanzó Sonia, yo creí que ella iría por delante y la verdad es que fue una alegría. Apenas intercambiamos unas palabras pero acompasamos el ritmo y todo ese kilómetro lo recorrimos juntas. En el 5 ella continuó su marcha y yo seguí con mi penitencia. A partir de ese momento mi ánimo cambió y la sucesión de kilómetros se hizo más llevadera. Seguí viendo a Sonia en la distancia durante un tiempo, pero como ella sí había hecho sus deberes, terminé perdiéndola de vista. Sobre el kilómetro 10 las piernas empezaron a molestarme, estaba sometiendo a mi cuerpo a un esfuerzo para el que no estaba preparado y claro, mis músculos se revelaban contra mi inconsciencia. Mi ritmo cada vez era más lento y a partir del kilómetro 12 dejé de mirar el cronómetro, bastante sufrimiento tenía con mis piernas para encima torturarme también por el tiempo. La idea de abandonar siempre la tuve en mente pero no me decidí, siempre pensaba, “venga que puedo aguantar otro poco más”. Y así llegué al 15, cuando mis piernas dijeron basta y tuve que parar. Casi tenía más dolores andando que corriendo, así que enseguida volví con mi trote cochinero. Un poco más tarde, como en el kilómetro 17 me dieron alcance las últimas corredoras y con ellas la angustia de sentir la ambulancia pisándote los talones. Intenté seguir su ritmo, pero me fue imposible. Ya sí que estaba claro, era la última. Esta certeza no significó mucho para mí, llegado este punto lo único que quería era terminar la agonía. A estas alturas ya no tenía sentido abandonar o yo no se lo encontraba, quién sabe. Entonces llegó un ángel de la guardia, en forma de ciclista de la organización que me acompañó en lo que me quedaba de vía crucis animándome y dándome consejos sobre cómo afrontar el tramo final de la carrera. Lo único malo de esta aparición fue que yo le contestaba, lo que provocó que más o menos a un kilómetro de la meta apareciera un terrible flato, colofón perfecto para mi calvario. El dichoso flato me obligó a pararme más veces de las que hubiera querido pero es que era realmente imposible trotar (porque correr, lo que se dice correr, había dejado mucho antes de hacerlo). Tengo que agradecer en general que la gente me animara bastante en todo el recorrido. Yo trataba de corresponderles con una sonrisa, aunque vete tú a saber qué tipo de mueca era lo que aparecía en mi cara. En la rotonda antes de la llegada al Hispánico mi ángel de la guardia me abandonó. “Ahora la protagonista eres tú” y entonces sucedió lo que sin duda para mí fue el mejor momento de toda la carrera. El tramo desde la rotonda hasta la entrada al polideportivo fue una auténtica ovación, con todo el mundo dedicado a animarme con sus voces, con sus aplausos. Todavía se me pone un nudo en el estómago al recordarlo y es que a punto estuve de ponerme a llorar. Justo en la puerta estaba mi tía, que me dio la mano mientras me decía que era una campeona… ¡¡Imposible explicar todo lo que me hicieron sentir!! La entrada al estadio fue bastante más triste, la gente cruzando por la pista y, salvo el séquito del Nunca que estaba en la grada, pasé desapercibida. Lo peor de todo fue que de repente mis pulmones decidieron que no querían más aire y tuve que parar. Me asusté bastante, la verdad. Así que mi llegada a meta fue andando tranquilamente. No me sentía muy bien, menos mal que allí estaban Saturnino y Abe que me ayudaron a recomponerme. Gracias, chicos.
Supongo que todo empezó allá por el mes de enero cuando se abrió el plazo de inscripción a la carrera. Siempre tuve claro que no correría la media maratón de Getafe porque no había entrenado apenas desde antes del verano pasado, pero no fui capaz de decir que no a León: una ciudad que me encanta, con la posibilidad de ver a mi familia y de correr con un montón de amigos con los que no es tan fácil coincidir. ¿Cómo resistirse? Mi mente lo tenía claro, si me apuntaba seguro que encontraría la motivación perdida y sería capaz de llegar a la cita con unas condiciones físicas mínimas para poder terminar. Pero la realidad fue bien distinta y, por motivos que no vale le pena analizar aquí, apenas salí a rodar y salvo algunas sesiones de elíptica mi preparación para la carrera fue nula.
Y llegó el gran día y sin pensármelo (si hubiera pensado, no hubiera hecho lo que hice) me planté en la línea de salida. Mis pretensiones eran muy simples, intentaría terminar pero no tendría ningún problema en abandonar si empezaba el sufrimiento. Y esto, que así visto resulta tan fácil y tan lógico me resultó imposible llevarlo a cabo. El principio de la carrera me costó una barbaridad, los kilómetros se me hacían eternos y eso que no llevaba mal ritmo para mi estado (unos 6’ 15”/km). De repente en el kilómetro 4 me alcanzó Sonia, yo creí que ella iría por delante y la verdad es que fue una alegría. Apenas intercambiamos unas palabras pero acompasamos el ritmo y todo ese kilómetro lo recorrimos juntas. En el 5 ella continuó su marcha y yo seguí con mi penitencia. A partir de ese momento mi ánimo cambió y la sucesión de kilómetros se hizo más llevadera. Seguí viendo a Sonia en la distancia durante un tiempo, pero como ella sí había hecho sus deberes, terminé perdiéndola de vista. Sobre el kilómetro 10 las piernas empezaron a molestarme, estaba sometiendo a mi cuerpo a un esfuerzo para el que no estaba preparado y claro, mis músculos se revelaban contra mi inconsciencia. Mi ritmo cada vez era más lento y a partir del kilómetro 12 dejé de mirar el cronómetro, bastante sufrimiento tenía con mis piernas para encima torturarme también por el tiempo. La idea de abandonar siempre la tuve en mente pero no me decidí, siempre pensaba, “venga que puedo aguantar otro poco más”. Y así llegué al 15, cuando mis piernas dijeron basta y tuve que parar. Casi tenía más dolores andando que corriendo, así que enseguida volví con mi trote cochinero. Un poco más tarde, como en el kilómetro 17 me dieron alcance las últimas corredoras y con ellas la angustia de sentir la ambulancia pisándote los talones. Intenté seguir su ritmo, pero me fue imposible. Ya sí que estaba claro, era la última. Esta certeza no significó mucho para mí, llegado este punto lo único que quería era terminar la agonía. A estas alturas ya no tenía sentido abandonar o yo no se lo encontraba, quién sabe. Entonces llegó un ángel de la guardia, en forma de ciclista de la organización que me acompañó en lo que me quedaba de vía crucis animándome y dándome consejos sobre cómo afrontar el tramo final de la carrera. Lo único malo de esta aparición fue que yo le contestaba, lo que provocó que más o menos a un kilómetro de la meta apareciera un terrible flato, colofón perfecto para mi calvario. El dichoso flato me obligó a pararme más veces de las que hubiera querido pero es que era realmente imposible trotar (porque correr, lo que se dice correr, había dejado mucho antes de hacerlo). Tengo que agradecer en general que la gente me animara bastante en todo el recorrido. Yo trataba de corresponderles con una sonrisa, aunque vete tú a saber qué tipo de mueca era lo que aparecía en mi cara. En la rotonda antes de la llegada al Hispánico mi ángel de la guardia me abandonó. “Ahora la protagonista eres tú” y entonces sucedió lo que sin duda para mí fue el mejor momento de toda la carrera. El tramo desde la rotonda hasta la entrada al polideportivo fue una auténtica ovación, con todo el mundo dedicado a animarme con sus voces, con sus aplausos. Todavía se me pone un nudo en el estómago al recordarlo y es que a punto estuve de ponerme a llorar. Justo en la puerta estaba mi tía, que me dio la mano mientras me decía que era una campeona… ¡¡Imposible explicar todo lo que me hicieron sentir!! La entrada al estadio fue bastante más triste, la gente cruzando por la pista y, salvo el séquito del Nunca que estaba en la grada, pasé desapercibida. Lo peor de todo fue que de repente mis pulmones decidieron que no querían más aire y tuve que parar. Me asusté bastante, la verdad. Así que mi llegada a meta fue andando tranquilamente. No me sentía muy bien, menos mal que allí estaban Saturnino y Abe que me ayudaron a recomponerme. Gracias, chicos.
Foto cortesía de mujeres running La Bañeza
Ahora estoy con la duda de si lo que hice fue demostrarme de lo que soy capaz o si fue una tontería que podía haber tenido quién sabe qué otras consecuencias. En cualquier caso, sí tengo claro que nunca me enfrentaré a otra carrera similar sin haber hecho los deberes, mejor o peor, pero con unas garantías mínimas de no someter a mi cuerpo a un sobreesfuerzo como el del domingo.
Aprovechando que ya estamos en primavera, quién sabe si este finde por fin, es la vuelta a mis entrenamientos…
10 comentarios:
Pues yo lo tengo muy claro: te plantaste en la carrera dispuesta a terminar como fuera; y lo hiciste porque en enero, cuando te apuntaste, no quisiste perderte esta prueba. Lo fácil hubiera sido retirarse y asumir el error de la falta de preparación, pero no, te aferraste a esa gran fuerza interior y superaste todos y cada uno de los kilómetros hasta el final. Para mí eres una gran guerrera y tu carrera otro ejemplo más de fuerza de voluntad, así que siéntete bien orgullosa de lo que hiciste y destierra cualquier sentimiento agridulce porque siempre recordarás lo que fuiste capaz de hacer.
Ánimo y un besazo!
Si el aspecto médico está controlado y no tienes nada de qué preocuparte, lo demás es esfuerzo personal, digo yo. Además, entraste dentro de todos los controles, así que en ese sentido, cumpliste también. Me alegro mucho de que el público te apoyara en el final. Habrá que mejorar el tema de la pista para el año que viene, se lo comentaremos a la organización, a ver si se puede hacer algo...
Enhorabuena, si no has entrenado, acabar una media es una gran hazaña.
Un abrazo.
Bueno hemos tenido que esperar muy poco a tu entrada, me alegro ;D
En cuanto a las dudas que te aquejan... Mi opinión es clara, deberíamos "entrenar" no hay más historias. Pero sabemos que a veces es difícil sacar el tiempo necesario para ello, entre unas cosas y otras. Aún así ya te lo he dicho alguna vez, siempre podríamos sacar tiempo, el mínimo para que tus piernas sigan recordando "que corren".
Estoy seguro que ahora empezarás a entrenar, que nos acompañaras algunos kilómetros a los "zumbados" del Mapoma.
En fin yo estoy muy orgulloso de ti, a pesar del "grado de locura" al que llegaste para terminar la media, imagino que ya te habrían advertido de tener cuidado con "quién te juntas" ji ji ji ji¡¡¡ Todo se pega menos la hermosura ;D
Mil besos¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
La verdad es que a toro pasado es muy fácil pensar que uno no debió hacer tal cosa, pero creo que la vida y dentro de ella el deporte está lleno de experiencias. A veces afrontamos las pruebas con una buena preparación y otras veces es un salto al vacío. En lo personal te puedo contar que en el 2006 después de unos años sin entrenar absolutamente nada me dije voy a correr una media-maratón. Hice 2h26, llegando de los últimos, pero seguramente es de las pruebas que para mi supuso un mayor reto de todas en las que he competido en mi vida.
Un fuerte abrazo Panameño
FER
No me había enterado de tu odisea prácticamente hasta ahora y me parece que le echaste más bemoles que nadie. ya lo creo.
¡enhorabuena de verdad!
Un beso.
Enhorabuena campeona; me imagino que ya te habrás puesto a entrenar para la del próximo año, pues para nosotros, tus amigos del Nunca leonés, esta carrera no sería la misma sin comparirla con el trozo de corazón madrileño.
Un beso.
Yo coincido con muchos comentario: darte la enhorabuena porque lo terminaste, aunque menudo sufrimiento, que no se ni si me lo hubiera permitido a mi mismo!
Yo desde luego no tengo claro que en esas circunstancias terminara, así que solamente me queda darte un gran aplauso.
Eso sí para el año próximo entrena y será un recuerdo mucho mas gratificante.
Besosm
Enhorabuena Beatriz! A pesar de todo conseguiste acabar lo que empezaste y eso es digno de felicitación y de elogio.
Un abrazo.
Muchas gracias a todos por vuestras palabras. Pero como dije en la entrada, una y no más. La próxima vez que me enfrente a un reto como este será en mejores condiciones.
Nos vemos. Un abrazo.
Publicar un comentario
Los Blogs no son poca cosa sin tus comentarios...