Bulgaria como la palma de la mano

Resumir en una entrada los 15 días que nos hemos pasado las chicas del equipo d3 recorriendo Bulgaria es una tarea casi imposible, tantas han sido las cosas que hemos visto y vivido. Lo mejor de visitar un país del que desconoces mucho más de lo que sabes es que es fácil que te sorprenda y más complicado que te decepcione.
Se podría decir que Bulgaria es un país de contrastes. Contrastes entre los coches de hace 40 años que aún circulan por sus calles y los de súper lujo con los que las comparten. Contrastes entre el interior del país, prácticamente vacío de turistas, y la costa atestada de alemanes con sus pulseras de todo incluido como si estuviéramos en Mallorca. Contrastes entre las aceras tan deterioradas que no podías levantar la vista de ellas si querías evitar caerte y las flores más cuidadas que aparecían en cada rincón. Contrastes entre las fachadas llenas de desconchones y los parques infantiles y las terrazas de los bares de lo más moderno. Contrastes entre la bordería general de los búlgaros y la simpatía y el encanto de nuestra guía búlgara que ejerció de madre de los 40 del viaje. Contrastes entre las ciudades plagadas de los edificios de la época comunista y los pueblos de la costa y de la montaña que han sabido mantener sus construcciones tradicionales.

Viviendas de la época comunista en Sofia y edificio renanencista en Plovdiv

Si tengo que elegir algo con lo que quedarme, sin duda serían los espacios naturales; hemos disfrutado de unas vistas increíbles en casi todos los recorridos (y digo disfrutado a pesar del mal estado de las carreteras y de ir sin aire acondicionado en el autocar), sobre todo en los Rodopes (la cadena montañosa que está al sur del país). También hubo tiempo de culturizarse y así hemos descubierto que existieron los tracios y que afortunadamente se han conservado muchos restos de su paso por Bulgaria. Me impresionó la tumba tracia de Kazanlak, de la que sólo se puede visitar una copia, como pasa con la cueva de Altamira, y la ciudad sagrada tracia en Perperikon, conservada casi en su totalidad y de la que aún queda por excavar e investigar me gustó especialmente (deformación profesional, quizás). Además nos hemos enterado de las diferencias de los ritos ortodoxos y los católicos y nos hemos “empapado” de la cultura ortodoxa en general visitando un sinfín de iglesias y monasterios.

Aquí estamos en el Monasterio de Rila

Una parte importante de un viaje y del recuerdo que te queda del mismo es la gente con la que lo has compartido. Al tratarse de un viaje organizado siempre nos quedaba la duda de cómo sería el grupo y, a decir verdad, creo que hemos tenido mucha suerte. No ha habido grandes conflictos y hemos sido un grupo unido. Siempre se crean vínculos más fuertes con unos que con otros (compartir sudores en la parte de atrás del autocar, por ejemplo, une mucho) pero el recuerdo del grupo en general es realmente positivo.
El capítulo gastronomía se resume en ensalada de tomate, pepino y queso feta, carne a tutiplén, postres deliciosos de inspiración árabe (el yugo otomano durante siglos que dejó su marca) y la sandía más rica que hayamos comido en mucho tiempo.
En resumen, un viaje fantástico y un país totalmente recomendable. Mejor volver antes de que llegue el euro y se encarezca todo, que todavía nos queda por conocer la parte norte a orillas del Danubio.

Un saludo.